Euro digital: tu libertad en código binario

Euro digital y la falta de libertad

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¿Te gusta pagar en efectivo? ¿Guardar unos billetes debajo del colchón “por si acaso”? ¿Prefieres que no te controlen cada céntimo que gastas en vino, libros o juguetes eróticos? Pues enhorabuena: pronto todo eso será cosa del pasado. Europa, siempre tan preocupada por nuestro bienestar, está dando sus primeros pasos hacia el euro digital, una moneda programable, rastreable y perfectamente fiscalizable. Lo llaman “progreso”, pero huele a corral.

La idea es brillante en su simpleza: sustituir el dinero físico por una versión digital gestionada directamente por el Banco Central Europeo. No hablamos de pagar con tarjeta. Hablamos de que el dinero que usas ya no será tuyo, sino un apunte en una base de datos oficial. Podrán limitar cuánto gastas, en qué, cuándo, y si te portas mal, congelarte los fondos hasta que pidas perdón. No es ciencia ficción: es la utopía de Davos con interfaz amable.

La excusa, cómo no, es la seguridad, la comodidad, la eficiencia y el avance digital. Porque según ellos, el efectivo solo sirve para “delincuentes, evasores y abuelos tercos”. Que uses billetes es sospechoso. Si no haces nada malo, ¿qué te importa que te vigilen? Esa es la lógica del sumiso, no la del ciudadano. Spinoza se revuelca en su tumba.

Nos lo venderán bien. Te darán un monedero virtual oficial, con ventajas por usarlo. Tal vez descuentos. Tal vez algún ingreso puntual del Estado, con cariño paternal. El gancho perfecto. Porque cuando quieren tu alma, siempre empiezan regalándote algo.

Pero ojo: una vez dentro, no hay vuelta atrás. Sin efectivo, no hay economía informal. Sin economía informal, todo lo que haces está en su visor. Podrán aplicar impuestos automáticos, limitar compras de carne si emites mucho CO₂, bloquear gastos si estás en “riesgo financiero”. ¿Te suena a locura? Pregunta en China. O en Canadá, donde ya congelaron cuentas de disidentes. Esto no va de economía. Va de poder.

Y el Euro digital es poder concentrado. Poder sin cortapisas. Poder disfrazado de innovación. Es la culminación del sueño tecnocrático: una sociedad dócil, rastreable y con saldo limitado. Como dijo Hobbes, el miedo genera obediencia. Pues aquí tienes un Leviatán en código fuente, con tus ahorros como cadena.

Nos dirán que no hay alternativa. Que es el futuro. Que resistirse es de retrógrados. Pero no, querido lector. Resistirse es de lúcidos. De los pocos que aún distinguen entre comodidad y sumisión. Entre tecnología y totalitarismo de guante blanco.

Yo no sé tú, pero quiero seguir decidiendo si mi dinero va a libros o a copas. Quiero poder darle un billete a mi vecino sin pedir permiso. Quiero que el Estado tenga que pedirme cuentas, no que me las cierre él. Y sobre todo, quiero que el progreso no venga siempre con factura moral.

Así que no, gracias. Podrán hacerme tragar impuestos, regulaciones absurdas y campañas de sensibilización sobre el amor fluido y sostenible. Pero el día que me digan que mi libertad vale menos que un clic… será el día en que vuelva a guardar monedas bajo el colchón. Aunque ya no valgan nada. Porque la dignidad, esa, no se digitaliza.