Monólogo del presidente en tiempos de sombra

Si en lugar de leerlo prefieres escucharlo, puedes hacerlo aquí:


Pedro Sánchez subió ayer a la tribuna del Congreso con esa sonrisa de «todo va bien» que lleva tatuada incluso cuando el país se apaga —literalmente.

Comparecía, entre otras cosas, para dar explicaciones sobre el mayor apagón eléctrico de la historia reciente. Lo que ofreció fue un mitin con aires de sermón, con la misma autocomplacencia de siempre y un entusiasmo por el adjetivo vacío digno de un influencer de autoayuda. Dijo que España había demostrado “resiliencia”. Claro. Miles de personas atrapadas en ascensores, hospitales funcionando a media máquina, trenes parados y medio país a oscuras… pero oye, resiliencia. Ese concepto de moda que lo mismo vale para una crisis energética que para justificar un café frío.

También elogió la “solidaridad del pueblo español”, como si aquí fuésemos diferentes al resto del mundo. Como si en otros países, ante una crisis, la gente se dedicase a saquear supermercados y a empujar ancianas por las escaleras. Porque en el relato presidencial, España siempre es campeona mundial de dignidad, unidad y civismo… excepto cuando no vota lo que debe.

No hubo ni una mención seria a la responsabilidad de Red Eléctrica de España, ni al nombramiento a dedo de su presidenta, ni a la falta de inversiones en infraestructuras de respaldo para una transición energética seria. Porque en este gobierno, la transición es todo relato y cero cálculo. Todo ideología y cero ingeniería. Y como guinda, el presidente intentó disfrazar la cuestión con la falacia habitual del falso dilema: que aquí el debate es sobre energías nucleares o renovables. Cuando no, señor presidente. El debate real es sobre su incapacidad para gestionar una red eléctrica con solvencia, sobre la improvisación como modelo energético y la incompetencia como estrategia.

Y por si fuera poco, tiró de otra vieja conocida: la falacia del hombre de paja. Respondió a la oposición diciendo que si defendían las nucleares era porque estaban alineados con los súper ricos. Un argumento tan tosco como falso, diseñado para desviar la atención del verdadero debate. También recurrió, como ya es costumbre, a la pendiente resbaladiza (“si abrimos el debate, acabaremos retrocediendo décadas”) y al ad hominem, insinuando que quienes cuestionan su gestión lo hacen movidos por odio, no por datos. En cualquier debate serio, el uso sistemático de falacias es una señal de pobreza argumental. En boca de un presidente, es una vergüenza. Demuestra que no hay ideas, sólo intención de manipular al oyente.

Pedro Sánchez no compareció, actuó. Hizo su número. Miró a cámara. Leyó frases que probablemente escribió alguien que no ha pisado una subestación eléctrica en su vida. Y se fue tan pancho, con esa aura de “yo no he sido” que tanto le gusta vestir. Porque la culpa nunca es del gobierno. Ni del sectarismo energético. Ni del desdén técnico. Ni de haber nombrado a una exministra del PSOE al frente del organismo que debe garantizar la estabilidad de la red. No. La culpa es difusa, atmosférica, como una nube de CO₂. Y la solución, por supuesto, es más gobierno.

Mientras tanto, tú sigues pagando. La luz. La falta de trenes que funcionen cuando toca. La inversión en defensa que, al parecer, servirá para que la próxima vez nos defiendan de un apagón con tanques solares y fragatas fotovoltaicas.  La ineficiencia. La propaganda. Y cada vez que se va la corriente, lo único que brilla en Moncloa son los focos de La Moncloa Studios, donde el guion no cambia y los actores, aunque sobreactúan, jamás se jubilan.

Y por cierto, qué conveniente que pasara de puntillas sobre el rearme y el gasto en defensa. Porque sabe que sus socios de gobierno tienen alergia a los uniformes, los tanques y cualquier cosa que huela a OTAN. Y así, entre silencios y eufemismos, camufla la falta de coherencia y el miedo a perder apoyos mientras juega a ser estadista global.

Así que, gracias, presidente. Gracias por su resiliencia. Gracias por su épica ciudadana. Y gracias por ese apagón mental que nos ilumina cada vez que abre la boca.