Fahrenheit 2025: crónica de una hoguera sin fuego

Si en lugar de leerlo prefieres escucharlo, puedes hacerlo aquí:


Ray Bradbury no era un novelista, era un profeta. Uno que escribió su evangelio distópico en Fahrenheit 451 para advertirnos de un mundo que no necesitaría quemar libros, porque ya nadie querría leerlos.

Y aquí estamos, en 2025, sin hogueras, sin bomberos pirómanos… pero con millones de personas que no han abierto un ensayo desde el instituto y que creen que pensar es dar like a una frase de Paulo Coelho en una story.

Bradbury escribía:

Llénalos de noticias incombustibles. Sentirán que la información los ahoga, pero se creerán inteligentes. Les parecerá que están pensando, tendrán una sensación de movimiento sin moverse.

Y uno no puede evitar mirar el timeline de X, la portada de cualquier medio digital o el zapping frenético entre tertulias. Información a borbotones, opinión a granel, profundidad nula. Todo es ahora. Todo es urgente… y nada importa. Lo llaman actualidad, yo lo llamo amnesia acelerada.

No les des materias resbaladizas, como filosofía o psicología, que engendran hombres melancólicos.

Y así es. Los institutos están llenos de adolescentes que saben recitar de memoria las letras de Quevedo, pero que no sabrían distinguir a Kant de un personaje de Marvel. Analfabetos funcionales incapaces de leer un texto de más de 280 caracteres, y mucho menos entenderlo.

La filosofía desaparece del currículo como si fuera una excentricidad peligrosa. La historia se simplifica. La literatura se edulcora. El pensamiento crítico es reemplazado por “educación en valores” (sus valores) y PowerPoints de buenismo institucional.

Que la gente intervenga en concursos donde haya que recordar las palabras de las canciones más populares o los nombres de las capitales de los estados…

¿Quién necesita leer a Sócrates si puedes jugar al “Pasapalabra” y gritar capitales como si eso fuera conocimiento real? ¿Para qué analizar un sistema político si puedes votar desde el sofá al próximo influencer reciclado en cantante?

El que pueda instalar en su casa una pared de TV […] es más feliz que aquel que pretende medir el universo o reducirlo a una ecuación.

Y esa es la clave. La televisión —y sus hijas bastardas, TikTok, YouTube, Instagram…— no informan: adormecen. No nos desafían: nos consuelan. El ciudadano ideal no es el que cuestiona. El ciudadano ideal es el que consume, el que ignora, el que siente que forma parte de algo porque votó en la gala del reality. Un idiota feliz con mando a distancia, un tonto útil que se cree con ideas propias.

Bradbury temía un mundo sin libros. Hemos ido más allá: hemos creado un mundo sin ideas. Un mundo de entretenimiento eterno, donde el pensamiento es subversivo y la ignorancia es virtud.

Y mientras, el fuego ya no lo encienden los bomberos, lo encienden los algoritmos y el relato institucional. Arden los matices, se funden las sutilezas y todo lo que no es superficial es sospechoso.

Fahrenheit 451 ya no es una advertencia, es una crónica. Y nosotros, los protagonistas felices de una distopía sin llamas.