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El Consejo de Informativos de Radio Televisión Española, con esa solemnidad que solo saben adoptar los burócratas del micro y la corbata de nudo flojo, ha lanzado un comunicado en “defensa de su credibilidad”. Sí, has leído bien: su credibilidad. Esa que lleva años rodando por los pasillos de la Moncloa, golpeándose contra los tobillos de cada nuevo presidente y lamiéndole las botas sin que le tiemble el mástil del logo.
Los profesionales de esta santa casa se sienten heridos, mancillados, perturbados… porque, según ellos, un programa de entretenimiento ha puesto en duda su sacrosanta función informativa. Y claro, con eso no se juega. Que para jugar ya están los informativos de mediodía.
Dice el comunicado que “los profesionales han informado con seriedad y rigor”. Hombre, claro. Rigor como el que aplicaron cuando se despidió a un presentador incómodo por no ser del color del momento. O cuando se colocó en nómina al primo, al cuñado y a la portavoz reciclada. Rigor como el de aquellos tiempos gloriosos en que cada edición del telediario parecía redactada por el equipo de campaña del gobierno.
RTVE, esa señora entrada en años y pagada con dinero público, que aún se maquilla con el espejito de “servicio público”, vive convencida de que es necesaria. Que sin ella, el pueblo no sabría distinguir una crisis de un reality. Que es la BBC ibérica, cuando en realidad es más bien el NODO con filtros de Instagram.
La imagen de marca de RTVE no se ha dañado por culpa de una colaboradora con tono ligero. Se ha deteriorado —como una empanadilla olvidada en verano— por décadas de manipulación, silencios selectivos, entrevistas pactadas y un servilismo institucional que haría sonrojar al lacayo de un zar ruso. Y no, esto no va solo de RTVE. Es extensible a todas las cadenas autonómicas y municipales: esa colección de pesebres con antena que se sostienen con nuestros impuestos y el enchufe adecuado.
La credibilidad no se reclama en un comunicado. Se gana a pulso. Y si uno lleva años funcionando como altavoz del poder de turno, como notario de las ruedas de prensa sin preguntas, como bálsamo de spin doctor, no puede luego hacerse el ofendido cuando alguien señala que el emperador va en pelotas y leyendo del teleprompter.
¿Que no todos los periodistas son culpables? Faltaría más. Hay quien aún intenta hacer periodismo en medio del lodazal. Pero es difícil cabalgar por la verdad cuando te atan las riendas de un ministerio. Y si aceptas el sueldo, la línea editorial y los comunicados corporativos firmados con retórica de seminario, al menos no te presentes como adalid de la imparcialidad. Porque no cuela. No cuela desde hace décadas.
¿Credibilidad? ¿Respeto? Miren, credibilidad es la que tienen los medios que se autofinancian, que se pegan con el mercado y con el clic, que arriesgan el cuello sin saber si mañana comerán lentejas. RTVE, y cualquier otra televisión pública o subvencionada, en cambio, siempre cena caliente. Da igual si informa, deforma o disimula. Siempre hay presupuesto.
“Defender la imagen de marca”, dicen. Pues que empiecen por quitarse la careta. Por reconocer que su marca ya no es televisión pública, sino televisión tutelada. Una televisión que, en lugar de informar, adoctrina. Que en vez de fiscalizar, acompaña. Que no molesta, no pregunta, no ofende.
Y así, con mucha paz social, mucha financiación garantizada y muchos comunicados indignados… nos toman por tontos mientras nos lo cobran en los impuestos.