Votar a los 16: más votos, menos democracia

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España, siempre a la vanguardia del disparate institucional, se suma ahora a la carrera por infantilizar aún más la democracia con una propuesta que hace revolverse en su tumba a Pericles: permitir el voto a los 16 años.

La impulsora del despropósito es Sira Rego, ministra de Juventud e Infancia —sí, tenemos un ministerio para eso, por si pensabas que la estupidez administrativa tenía techo—, que ha decidido que la mejor manera de reforzar la participación democrática es dándole derecho de voto a adolescentes que aún no distinguen un decreto ley de un examen de recuperación. Y lo hace, claro, en nombre del progreso, de la inclusión y de ese fetichismo democrático que convierte cualquier ocurrencia en victoria social.

Sí, en otros rincones de la Unión Europea también se ha planteado el tema. Pero mientras allí se abre el debate con informes, criterios y algo de sentido común, en España lo abordamos con la ligereza de quien reparte flyers en la puerta de una discoteca. Porque aquí la política ya no se piensa, se improvisa. Y se improvisa mal.

No olvidemos que el partido más votado en este país es, sin discusión, la abstención. Esa masa de ciudadanos que, por hastío o lucidez, decide no legitimar el teatrillo electoral de cada cuatro años. Y en vez de reflexionar sobre esa crisis de representación, nuestros gobernantes optan por la salida fácil: bajar el listón. Repartir urnas como si fueran puñeteros confetis.

Karl Popper, que aquí citarán cuatro gatos y dos de ellos por accidente, lo dijo alto y claro: “Lo deseado, por muy mayoritario que sea, no siempre es lo deseable.” La democracia no es poner urnas. Es formar criterio. Es asegurar que quien vota entiende el peso de su decisión. Porque el voto sin conocimiento es como darle una escopeta a un mono: puede acertar, pero lo más probable es que dispare a quien no debe.

¿Por qué, entonces, no exigimos un mínimo? ¿Un conocimiento básico del sistema político, de economía, de instituciones? Para conducir, para pescar, para tener un perro, uno tiene que formarse. Pero para votar, basta con cumplir años. Y ahora, ni eso. Y lo más jodido es que encima nos lo venden como una conquista.

¿Y en los colegios? Silencio absoluto. Ni rastro de formación política seria. No se enseña a analizar propuestas, ni a leer presupuestos, ni a diferenciar una promesa electoral de una ley orgánica. Porque claro, eso incomodaría, eso empoderaría de verdad. Filosofía política, historia del pensamiento occidental, rudimentos de economía —sí, con gráficos y con inflación real—, teoría del Estado, lógica argumentativa y análisis de discursos. Todo lo que molesta a quienes prefieren súbditos a ciudadanos. Pero no, aquí lo que interesa es un votante dócil, emocional, manipulable… ignorante.

Y mientras los estudios serios alertan de que la madurez cognitiva llega cada vez más tarde, la respuesta de los iluminados de turno es justo la contraria: anticipar el voto. Porque saben que el adolescente vota con el estómago y no con la cabeza. Y eso, para los partidos sin escrúpulos, es un chollo.

Pero no lo llames progreso. Llámalo lo que es: populismo de baja intensidad. Una forma más de maquillar una democracia en descomposición, donde se premia la ignorancia, se castiga el criterio y se venera la emoción. Una democracia donde pensar molesta y votar sin pensar se aplaude.

¿Queréis más y mejor democracia? Pues empezad por formar al votante. Explicadle qué significa una urna. Enseñadle a pensar, a exigir, a desconfiar de los discursos almibarados y de las promesas que caben en una camiseta. Pero no nos vendáis como avance lo que no es más que otra muesca en el revólver de la decadencia democrática. Otra jugada para fabricar borregos con derecho a voto.

Mientras la democracia se infantiliza y la política se convierte en una clase de primaria, todavía queda quien encuentra consuelo en Popper, en Bradbury, en Tocqueville y hasta en ese cascarrabias de Maquiavelo. Aunque, viendo el panorama, más de uno preferirá leer horóscopos: total, aciertan lo mismo y exigen menos neuronas.