Goebbels, ese coach de la política española

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A todos los políticos se les llena la boca al condenar el régimen nazi, y en eso, sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo, porque pocas ideologías han parido un engendro tan repugnante, criminal y totalitario. El nazismo fue una maquinaria de exterminio revestida de himnos, condecoraciones y discursos patrióticos. Una cloaca histórica que merece cada gramo del desprecio universal que genera.

Pero, ay, qué curioso: una parte del legado nazi parece haberse colado sin pudor en los manuales de estrategia de más de un partido actual. Me refiero, por supuesto, a la máquina de propaganda de Joseph Goebbels. Una obra maestra del cinismo con once mandamientos para manipular al personal que, a juzgar por el panorama español, se ha convertido en lectura obligatoria en las escuelas de partido. Veamos cada uno de ellos y comparemos:

1. Principio de simplificación y del enemigo único
La política patria ha elevado la simplificación a forma de vida. «¡Que te vote Txapote!», «¡No pasarán!», «¡Fachas!», «¡Rojos!»… Todo se reduce a encontrar un enemigo, pintarlo con brocha gorda y soltarlo a pastar por las redes. Aquí no se debate, se señala. La complejidad es de cobardes; lo que mola es el mamporro verbal.

2. Principio del método de contagio
Si uno del partido mete la mano en la caja, todos son unos ladrones. Si uno defiende una barbaridad, todos comparten su ADN ideológico. La culpa se propaga como la peste, sobre todo si el contagiado es el adversario. Y si es uno de los tuyos, no te preocupes: no era culpa suya, era del sistema.

3. Principio de la transposición
Todo es culpa del otro. Siempre. Desde el precio del pan hasta la sequía. Aquí nadie asume ni la rotura de una taza. Todo se transfiere: la culpa, el desgaste, la factura. Mientras tanto, el político sonríe con cara de pánfilo.

4. Principio de la exageración y desfiguración
Una queja vecinal se convierte en golpe de estado. Una crítica a la gestión es un ataque a la democracia. Todo problema es hipérbole, todo matiz es traición. Porque nada moviliza más que el miedo inflado y la histeria en mayúsculas.

5. Principio de la vulgarización
Cuanto más simple, mejor. «Gobernamos para la gente», «El cambio es imparable», «Vamos a tope». ¿Propuestas? Ya si eso. Aquí lo que importa es el claim pegajoso, la frase que cabe en una pancarta, el tweet con retuits.

6. Principio de orquestación
Una mentira repetida mil veces… se convierte en discurso oficial. Desde el Consejo de Ministros hasta el canal de Twitch del partido. Todo bien ensayado, bien engrasado. La consigna baja por el boletín y sube por el teleprompter.

7. Principio de renovación
No dan tiempo a que reacciones. Cuando estás empezando a desmentir una trola, ya han soltado tres más. El adversario siempre va con retraso.

8. Principio de la verosimilitud
“Lo ha dicho un informe”. “Lo ha dicho un experto”. “Se dice por ahí”. No importa la fuente, lo importante es que suene técnico, oficial, aséptico. Que parezca verdad aunque huela a chamusquina.

9. Principio de la silenciación
Si no interesa, no existe. Se entierra en nota de pie, se maquilla con eufemismo o se omite directamente. ¿Los datos que desmienten el relato? A la carpeta.

10. Principio de la transfusión
Todo discurso se alimenta de pasiones viejas: patria, miedo, rencor, justicia poética. Lo importante es excitar lo que ya arde, no encender nada nuevo.

11. Principio de la unanimidad
La verdad oficial es única e indiscutible. Quien la cuestiona, es sospechoso. Crítico igual a traidor. Matizar es herejía. El que duda, es carne de linchamiento tuitero.

Y luego se escandalizan si se menciona a Goebbels. Hipócritas. Y es que no solo es que lo estudian… es que lo practican… y con tanta soltura que dan ganas de pensar que llevan años ensayando.