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Nos dijeron que el Estado del Bienestar era un avance civilizatorio. Que por fin íbamos a vivir seguros, protegidos, cuidados desde la cuna hasta el ataúd. Que el Leviatán moderno era un padre amoroso y no un inspector de Hacienda con complejo de niñera. Y nos lo creímos… incautos.
El problema es que este Estado del Bienestar no es bienestar, ni es del pueblo. Es una red clientelar sostenida con el sudor de los que producen, para que funcione como red de seguridad para los que no lo hacen… y de paso, como alfombra roja para los burócratas, los políticos y su séquito de intermediarios innecesarios.
Nos repiten que sin servicios públicos universales no habría sanidad, ni educación, ni justicia. Falso. Lo que no habría es monopolios ineficientes, listas de espera de medio año y profesores que enseñan a repetir dogmas y no a pensar. La sanidad, la educación y la justicia sí pueden existir sin Estado, lo que no existiría es este mastodonte parasitario que consume más del 40% de lo que ganamos para devolvérnoslo en forma de limosna, papeleo y propaganda.
¿Y la respuesta del Estado ante emergencias reales? Ahí es donde el mito se desmorona con estrépito. En la erupción de La Palma, mientras el volcán lo devoraba todo, los ciudadanos ya estaban acarreando agua, víveres y esperanza… y el Estado aún andaba redactando informes. En el terremoto de Lorca, los vecinos organizaban refugios improvisados cuando las autoridades apenas habían terminado de cuadrar sus agendas. Durante las inundaciones de Valencia, fue la gente de a pie —no los burócratas— la que se lanzó al barro a rescatar, alimentar y consolar. Y como estos, hay decenas de ejemplos. Siempre igual: cuando hay que estar, el Estado ni está, ni se le espera.
¿Solidaridad? Claro. Pero voluntaria. No a punta de pistola fiscal. ¿Redistribución? Sí, pero del poder hacia el individuo, no del dinero hacia el político de turno. Porque el problema no es que haya gasto, sino quién decide en qué se gasta y para qué.
¿Y qué pasa con los más vulnerables? La pregunta clásica. Te la respondo con otra: ¿qué clase de sistema se basa en asfixiar a todos con tal de ayudar a unos pocos? Si de verdad te preocupan los necesitados, lo peor que puedes hacer es delegar esa ayuda en un aparato estatal que despilfarra el 80% y administra el 20% restante con Excel y café recalentado.
La sostenibilidad del Estado del Bienestar es un mito. Una mentira bonita sostenida por impuestos, deuda y fe. Pero como toda religión, exige sacrificios: tu tiempo, tu esfuerzo, tu libertad. Y todo para mantener en pie un edificio ruinoso con goteras ideológicas y moho moral.
Lo llaman progreso. Yo lo llamo servidumbre con calefacción central.