¿Por qué la gente vota a ‘este’ PSOE?

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España es un país peculiar: desconfiamos de los políticos, pero los votamos con fe ciega; criticamos al Gobierno en el bar, pero lo defendemos en la urna; y mientras todo se tambalea, se sigue votando al PSOE como si fuera el único refugio en mitad del naufragio institucional.

La pregunta es legítima: ¿por qué demonios hay millones de personas que, con todo lo que ha hecho —y deshecho— el PSOE en los últimos años, siguen introduciendo con fervor la papeleta en la urna?

Esto no va solo de clientelismo, ni de subvenciones, ni de la nómina pública, que también. Esto va más allá. Es cultural. Es sociológico. Es casi místico. El PSOE, como una religión civil laica, tiene más de sentimiento que de partido. No se vota al PSOE por lo que hace, se le vota por lo que representa en el imaginario colectivo: progreso, igualdad, sanidad pública, derechos sociales.

Pero luego te despiertas y ves que el Estado, con Pedro Sánchez a la cabeza, ha convertido el BOE en su diario personal de campaña, que los servicios públicos se desangran entre promesas incumplidas y propaganda hueca, y que los derechos sociales están torcidos como nunca. Porque ese PSOE mítico ya no existe; lo que tenemos ahora es otra cosa: el PSOE de Pedro Sánchez (que bien podría leerse como Pedro Sánchez Oportunista Egocéntrico). El relato ha vencido a la realidad.

Después está el miedo. El terror genético a “la derecha”. Franco murió en la cama, pero sigue vivo en la propaganda. No importa que hayan pasado 50 años ni que tus hijos ya no estudien Formación del Espíritu Nacional. La consigna permanece: si no votas al PSOE, vuelve el franquismo. Aunque estés votando a alguien que represente poco más que la templanza administrativa de una fotocopiadora bien mantenida.

Pero no solo eso. También está la cultura del voto negativo. En España no se vota a favor, se vota en contra. “Yo no soy del PSOE, pero es que los otros…” Y con ese “los otros”, el socialismo se eterniza en el poder como mal menor, como úlcera crónica, como excusa histórica. Y así vamos: con gobiernos de plastilina que se deshacen al sol, pero al menos no huelen a naftalina.

Sumemos a eso el analfabetismo político funcional, ese que confunde libertad con Wi-Fi gratis y cree que las ayudas “del gobierno” salen de una hucha mágica gestionada por duendes solidarios. ¿Quién va a querer cambiar eso? ¿Quién va a querer pensar, comparar, leer… si con decir “facha” basta para anular cualquier argumento del adversario?

Y claro, la cámara de eco. No se vota solo por ideas, se vota por inercia social. Si tus amigos, tus referentes, tus tuiteros favoritos y la televisión pública dicen que el PSOE es la última muralla contra el apocalipsis ultraderechista, tú obedeces. No sea que al salir del colegio electoral te señalen como sospechoso de pensamiento reaccionario. O peor: que tu cuñado te gane la discusión de Navidad.

Por último, está el cinismo resignado: “Sí, son unos mentirosos, pero todos lo son”. El viejo “roba pero hace”, reconvertido en “miente pero me cae bien”. Porque en el fondo, hay una parte del electorado que no quiere ser libre. Quiere ser gobernada, protegida, guiada… aunque sea por un trilero de sonrisa congelada.

Y así seguimos. Repartiendo carnés de progresismo desde un Falcon, aprobando leyes por decreto y llamando «bulo» a todo lo que no encaja en el argumentario. Mientras tanto, millones siguen votando al PSOE no porque sea bueno, sino porque temen que todo lo demás sea peor.

España, país de contrastes, donde el pasado nunca muere y el relato siempre gana. Aunque la realidad grite pidiendo auxilio desde debajo de la alfombra.