Si en lugar de leerlo prefieres escucharlo, puedes hacerlo aquí:
¿Te acuerdas del ‘juego de las diferencias’? Ese pasatiempo infantil donde había que encontrar en dos dibujos lo que no encajaba. Pues bien, aquí traemos su versión adulta y grotesca: el juego de las similitudes entre Pedro Sánchez y Cristina Fernández de Kirchner. Spoiler: te vas a quedar sin lápiz antes de acabar.
Al principio parecía solo postureo. Una sonrisa de catálogo, unas cuantas frases progres en teleprompter, una campaña de marketing y… voilà: ya teníamos presidente. Pero el tiempo pasa, los discursos se gastan y los paralelismos se vuelven tan obscenos que hasta el espejo empieza a vomitar. No sabemos si se tiñe el pelo con el mismo tinte, pero desde luego comparten el gusto por toquetear las instituciones con mano firme y verbo viscoso.
Cristina y Pedro: ambos con una especial alergia a la independencia de los jueces, ese maldito contrapeso que impide que su palabra se convierta en ley divina. Cristina intentó “democratizar” la justicia, que en su dialecto significaba meter a los suyos hasta en el registro civil. Pedro, por su parte, se dedica a través de voces bien adiestradas a vilipendiar a todo togado que no sigue sus consignas, colocó a su exministra como Fiscal General del Estado y, después, al diligente Álvaro García Ortiz, que a efectos prácticos actúa como un ministro más y cuya gestión lo ha llevado al borde del banquillo, cumpliendo a rajatabla el refrán de «alguien vendrá que bueno te hará». Y no contento con eso, ha impulsado reformas legales en la carrera judicial y fiscal que han provocado paros en juzgados de toda España. ¿Casualidad? No. Manual de instrucciones. El enemigo siempre es el mismo: los “poderes fácticos”, la “ultraderecha”, la “máquina del fango”, el «lawfare»… o cualquier etiqueta chula que tape el tufo de la corrupción con un poco de incienso ideológico.
Y el lenguaje… ¡ay, el lenguaje! Si Goebbels levantara la cabeza, les pediría royalties. Cristina hablaba de “empoderar al pueblo” mientras amasaba propiedades que ni las Kardashian. Pedro nos habla de “regeneración democrática” mientras legisla por decreto como si el Parlamento fuera un trámite incómodo. El BOE convertido en blog personal. Ciento cincuenta y cinco decretazos. Récord histórico. Que tiemble Tito Berni, que llega Pedro con el Falcon a toda pastilla.
¿Y los medios? Cristina retiraba publicidad a los díscolos y premiaba a los aduladores. Pedro hace lo mismo, pero con más pose europea. Su plan de “calidad democrática” consiste básicamente en decidir quién informa y quién no. Como si Orwell trabajara en Moncloa con contrato de asesor.
¿Corrupción? Cristina ya ha sido condenada en firme. Pero no está sola: los patriotas del sobre y la obra pública la esperan en la eternidad peronista con empanadas de sobrecoste y vino de caja. Pedro aún no ha pisado el juzgado, pero su entorno parece una agencia de colocación con bonus por escándalo. El caso Koldo, el Delcygate, Ábalos, los viajecitos en Falcon, la queridísima Begoña Gómez… Un catálogo de fuegos artificiales donde la guinda aún no ha explotado. Pero todo llegará.
Porque esto no es una teoría: es una trayectoria. El culto al líder, la manipulación institucional, el desprecio al adversario y la erosión lenta pero constante de los contrapesos. La historia, si algo tiene, es que se repite primero como promesa y luego como querella.
Así que cuidado, Pedro. Que a Cristina la aplaudían multitudes y hoy no solo la juzgan: la han condenado en firme. La Corte Suprema argentina ha confirmado su condena por corrupción, la inhabilita para cargo público y la deja fuera del juego político, otra más en la negra historia de los caudillos caídos. Porque la democracia no es un atrezzo de campaña. Y cuando se apagan los focos, lo único que queda es el sumario… y la celda, si se tercia… en Soto del Real, para no perder la costumbre.