Pedro I «El Funambulista»

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Como diría Alberto Chicote: «alucino pepinillos». El que le ha escrito el discurso a nuestro amado líder se ha lucido. Básicamente estas son las tres grandes ideas tras su narcótica, planillera y ególatra perorata: La democracia apesta, sin mí estáis jodidos, la culpa es de los otros. Hagamos un análisis detallado de la homilía, porque no tiene desperdicio.

Pedro Sánchez ha comparecido para pedir perdón. No por gobernar como si el BOE fuera su diario personal, ni por colonizar las instituciones con más ahínco que una termita, ni por cercenar la separación de poderes a golpe de decreto ley. No. Ha pedido perdón porque sus amigos de pupitre robaron mientras él miraba al horizonte del progreso. Y claro, se siente “decepcionado”. Fíjate tú.

Lo llamativo no es el gesto, es el teatro. La rueda de prensa, revestida de penitencia laica, destila una épica impostada: el líder, acosado por la tormenta, se presenta como el timonel ético del país. Asume responsabilidades… de palabra, pero no de cargo. Porque dimitir sería de idiotas, y aquí se viene a resistir, no a rendirse. Lo dijo él mismo: “mi deber como capitán es tomar el timón”. Lo que no dijo es que el barco lleva agujeros por todas partes y los marineros están amnistiando náufragos a cambio de escaños.

En su interminable soliloquio, hay dos estrategias bien claras: señalar al enemigo y blindarse con lenguaje moralizante. El Partido Popular y Vox aparecen como el eje del mal. Todo se justifica por no ser “como ellos”. Se exalta una pureza moral propia mientras se esparce estiércol sobre el adversario, como si la mierda de uno oliera a incienso por ser “de izquierdas”.

Falacia clásica número uno: tú también. El “y tú más” convertido en ideología de gobierno. “Nosotros robamos menos. Y al menos no somos fachas”. Muy bien, medalla al mérito democrático.

Falacia número dos: apelación al pueblo abstracto. Habla en nombre de millones que necesitan sus políticas “para llegar a fin de mes”, como si cuestionar su permanencia fuera lanzar a la pobreza a media España. Esta es la típica falacia de la falsa dicotomía: o Pedro Sánchez o el apocalipsis neoliberal. Ni una sola mención al papel que juega él mismo como garante de redes clientelares, ministerios-parque temático y pactos indecentes con partidos que odian al propio Estado.

Y luego está el numerito sentimental: “no he comido”, “han atacado nuestras casas del pueblo”, “los medios me tratan mal”, “me siento triste, indignado, decepcionado”. El presidente de un país convertido en cuñado dolido. Falacia ad misericordiam. A ver si llorando un poco la prensa se distrae.

Pero el detalle más preocupante no es su narcisismo: es su concepción de la democracia. Al negarse a dimitir, al decir que el único camino legítimo es una moción de censura —que él mismo sabe imposible con la geometría parlamentaria actual—, está secuestrando el principio de responsabilidad política. La moción no es el único camino: lo es también la ética, el ejemplo, la decencia. Pero claro, eso no cotiza.

Otra joya discursiva: equipara la continuidad de su gobierno con el bienestar nacional. Es decir: si él cae, caen las pensiones, los salarios, la paz mundial y la alineación de los planetas. Sánchez como eje gravitacional del cosmos. La humildad por decreto.

Y para rematar, el “yo no soy como ellos”, repetido como mantra, como profilaxis verbal. Una apelación identitaria que sustituye el debate político por el moralismo tribal: no importa lo que hago, importa que no soy los otros. Y con eso pretende liquidar toda crítica. Chúpate esa, Montesquieu.

En resumen: tenemos un presidente que pide perdón sin consecuencias, que se pone como víctima de su propia negligencia, que moraliza mientras se justifica, que convierte la política en un ejercicio narcisista de resistencia personal. Y que, por supuesto, no se va. Porque España sin Pedro no se entiende. Porque, según él, sería una irresponsabilidad dimitir.

Ah, por cierto, respecto a su eslogan de «España responde». Sí, señor Presidente, España responde… en las urnas. Manda huevos con este aprendiz de dictador.