Gallardo, el cohete aforado

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Qué velocidad, qué sprint, qué donaire para el disimulo. Miguel Ángel Gallardo, exalcalde de Villanueva de la Serena, ha batido récords: menos de 24 horas entre aceptar el escaño autonómico y abrazar el cálido abrazo del aforamiento. Tan rápido fue el movimiento que la jueza apenas tuvo tiempo de abotonarse la toga antes de que le cambiaran el terreno de juego. ¡Zas! De juzgado ordinario al Tribunal Superior de Justicia. La justicia, como el tren, depende del billete: clase turista para los mindundis, preferente para los bien colocados.

La cosa huele. Y no a incienso. Gallardo, que hasta hace dos cafés proclamaba que jamás se escondería tras privilegios, se ha metido en el escaño como quien se mete en una zanja en plena tormenta. Lo hace justo cuando la jueza decide sentarle en el banquillo por posibles chanchullos en la contratación del hermano del mismísimo presidente del Gobierno. Un caso que suena a rancio, a nepotismo con denominación de origen.

Y ahí llega el PSOE con su traje de fariseo: dice que no es para proteger a Gallardo, que es “una decisión colegiada” —colegiada como las collejas que se dan en familia, que se reparten pero siempre van al más tonto—. El partido que en 2018 prometía acabar con los aforamientos ahora los reparte como caramelos. El mismo que ondeaba la bandera de la ejemplaridad ahora se esconde tras el cortinón del reglamento interno. Que no se note mucho, que parezca un acto normal. ¡Y una mierda!

El ministro Bolaños, más tibio que un té recalentado en microondas, dice que “el aforamiento no implica impunidad”. Claro que no, Félix, implica privilegio procesal, retraso estratégico y cambio de árbitro en mitad del partido. Que no es lo mismo que impunidad, pero se le parece mucho en la práctica. Es como decir que una pistola descargada no mata… salvo cuando sí.

Lo que más escuece, lo que más repugna al sentido común (que ya va quedando poco) es la desfachatez. Que se afore el que quiera, pero que no tenga el cuajo de llamarlo normalidad democrática. Que no vayan de transparentes con las manos en la harina y el morro lleno de bizcocho. Porque esto, en cualquier país serio, levanta escándalos. Aquí, apenas bostezo.

Mientras tanto, la ciudadanía, la que no tiene padrinos ni blindaje, sigue viendo cómo la justicia es un chiste con guión escrito en Ferraz. Que no se extrañen luego si la gente deja de creer en los partidos, en las instituciones, o en la madre que los parió.

Gallardo ya es aforado. Pero no se equivoquen: no es un escudo, es un espejo. Nos muestra el rostro verdadero del poder cuando se siente acorralado: hipócrita, cínico, cobarde. Y encima, sonriente.

Señor Gallardo le deseo lo mejor. O mejor dicho, le deseo lo justo… que es, mire usted por donde, exactamente lo que intenta evitar.