Hubo un tiempo —lejano, borroso, casi mítico— en el que la igualdad era una bandera digna. Igualdad ante la ley, igualdad de derechos, igualdad de trato.
Una idea noble, como la justicia o la libertad.
Vivimos en la era del totalitarismo amable, el de las formas educadas, el de los gestos inclusivos, el de las palabras blanditas.
Un totalitarismo que no necesita tanques, porque tiene fact-checkers; no quema libros, pero sí algoritmos; y no lleva uniforme militar, lleva branding y subsidios europeos.
¿Te gusta pagar en efectivo? ¿Guardar unos billetes debajo del colchón “por si acaso”? ¿Prefieres que no te controlen cada céntimo que gastas en vino, libros o juguetes eróticos? Pues enhorabuena: pronto todo eso será cosa del pasado.